QUÉ PODRÍA HACER CON LAS PALABRAS que aún
no están muertas en PARÍS a punto de que ocurra.
Alguna de ellas, sería perfecto convertirla
en un mueble de diseño abandonado
en el Museo del Louvre. A las otras, no les queda
más opción que saltar al vacío desde la Torre Eiffel,
y nadar, eternamente, en las frías aguas
de las noches de La Seine.
Con estos versos en mi ocaso insalvable, sólo deseo
darles significado a las últimas que pronunció
Vincent van Gogh, en Montmartre, antes del
suicidio con absenta y un revolver de percusión,
de cachas imitación a marfil y ocho balas de plata,
en el escenario de una habitación-sótano de seis metros,
donde cada noche ensayaba su muerte ante
espectadores enfervorizados y ebrios.