
Montañas nevadas
Era otro tiempo —lo sé— era otro tiempo
que aún me atenaza el alma y la voz.
Vivíamos de ilusiones y sueños imposibles.
Nos educaron para ser gigantes
que anduviesen con el gesto altivo
la mirada clara y lejos, la frente, levantada
la sonrisa amplia y los dientes prietos
bien prietos.
Qué puñetera porfía
la de pensarnos tan grandes
y parirnos diminutos.
¡Malditas Falange y Dictadura!
Íbamos a dominar el orbe:
literatos insignes, abogados ilustres
políticos rectos o científicos doctos
que abanderarían las imperiales sendas
para una España grande
con un destino universal
Y ¡cómo no! aceptamos
nuestra parte de la fábula
casi sin cuestionarlo.
—¡Memos, qué memos! —
Y se perdió aquella España
en un otoño tardío
—aun cuando ya hacía mucho
que se nos perdieron
aquellas pomporrutas
de Colomo—.
Así, nos disipamos
en esa voraz cosecha
de aquellos tiempos mutantes.
Y tras pasar estos años
como sombras de interfectos
de los que aún sobreviven
no se sabe dónde fuimos
ni que ha sido de nosotros;
y aunque nos tocó vivir
tiempos de paz y bonanza
sorprende la vacuidad
que conformó nuestra vida.
Pero —yo al menos— quiero escapar
y regresarme hasta Ítaca
—colegio de mis desdichas—
tal vez por no cumplir
mi papel en ese triste reparto
al dejar evadirse el superior
destino que me asignaran;
porque uno, era aprendiz de poeta
y, al pasar todo este tiempo
sigo siendo ese aprendiz
y me frustra un hades interior
que borbotea en mi alma.
¡Qué puñetera es la vida
cuando decide joder!
No deja hueso sano ni ilusiones
ni aquella esperanza inconclusa
que curaba las dolencias
que ella misma nos produjo.
¡Qué puñetera es la vida! ¿verdad?
¡Y qué difícil es esto!