INTER-RAIL
Cuando iniciamos felices el trayecto,
imberbes consumados,
aún no éramos conscientes
de estar dejando sobre la piel del mundo
la huella inaugural de algún periplo.
Teníamos quince años y un minuto,
las ganas vírgenes de ver Europa,
la voz de los mayores en la nuca,
y el billete de tren en el bolsillo.
El militar eterno había muerto.
Pisamos en un mes doce países,
durmiendo en los vagones de segunda,
en sacos de dormir en las iglesias,
en albergues de todos los colores.
Conocimos a futuras madres,
y recordamos el brillo de las noches
mejor que las ciudades asomadas
al imparable fervor de nuestra ruta.
Inter-Rail fue el nuevo nombre de la vida.