En la Estación de Santa Justa me senté y lloré
Mis mejores consejeras
son mariposas de escamas
y cuerpos monstruosos
clavados en mi puerta.
Tras siete primaveras
sus alas se desprenden como cabellos tras la quimio.
Han dicho que están hartas de la Metrópolis,
de su marfil caducado
guardado bajo llave.
Y sin embargo
no puedo pararme a escribir.
La ciudad merece ser ingerida.
Sus palmeras tísicas
que se bambolean sin aire
y el nácar de luna
sobre los jardines floridos
del Parlamento.
Mañana, camino de la Cosmópolis
con una maleta y demasiados poemas,
tal vez me acurruque en el cemento
a desesperar.
Me marcho.
A pesar de ti.