UNA CANCIÓN CUALQUIERA DE CHET BAKER
Se me inaugura la mirada
cada vez que te veo
y recorro tu boca de aceituna
con la imaginación
y cuando posas en mis nortes
las alas altas de tu lengua
alcanzo a comprender
que eres el fin y eres el principio
de los mundos,
eres el lirio y el calor,
esa frontera íntima
por la que pasa el río desvarío
de la felicidad, eres el garbo
y eres el donaire,
eres el cuerpo amplísimo, la cinta,
eres el vértigo y eres el balcón
donde la luz comienza y se abandona
y se columpia y gira y se detiene
sobre la piel universal
que en ti dibuja
para los ojos que te miran
cada mañana el tiempo.
No soy mejor que nadie
pero jamás se supo antes
deletrear el fuego amable que hay en ti,
ponerles nombre ilícito a las masas,
a las clavículas fragantes,
a esa garganta en la que se detuvo
la Creación
para conmemorar contigo a la mujer,
al talle en el que palpo
la piel con la palabra,
con la sustancia íntima del viento
en el que hundo la respiración
y mis pulmones imaginan
que soy tú
porque respiro para ti
y me disuelvo y me reparto
por los caminos interiores
de tu carne
y mientras olvidamos aquí juntos
y nos acariciamos sin tocarnos
y hablamos sin hablar y nos atrabesamos
y nos resucitamos uno a otro
de esta pequeña muerte de ser tan sólo dos
suena a lo lejos la trompeta de Chet Baker
y no soy yo quien está aquí buscándote,
somos todas las bocas de los hombres, esperando
otra nueva derrota de los besos,
otra pequeña destrucción
ante el país perdido de tus labios,
allí donde no existen los proyectos,
donde no es necesaria la memoria
ni hablarte ni mirarte ni tocarte,
allí donde comienza lo que nunca termina.