La modista
Mi madre era modista.
Una modistilla de los años cincuenta.
Ella misma confeccionó su vestido blanco de novia.
La gustaba el estilo de Balenciaga,
las mangas y cinturas ajustadas
y las faldas de los vestidos con mucho vuelo.
Sobre una mesa, diseñaba patrones con papel de periódico
que después recortaba formando piezas para su ensamblaje
(juraría que las modistas inventaron el puzle).
Cuando la casa dormía, se recostaba en la noche
para hilvanar su prenda a la luz de unas velas
chorreando sueños tiznados de organdí.
Era su secreto mejor guardado.
Toda precaución era insuficiente.
Solo la noche,
en su reino narcotizado de asteroides
subida al carro diligente por praderas consteladas.
Medio a tientas, con su celosa creación de novicia de clausura
acribillaba su porvenir entre puntadas sangrientas.