Enemigo íntimo, de Antonio Gala

Enemigo íntimo, de Antonio Gala

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XVI

 

 

 

QUÉ cerca está la flor

de la muerte. Qué corta la primavera

desde la tierra prometida sube.

No cerca, sino dentro

de la muerte, la flor perfuma y vibra.

 

Al alba tramontana del domingo

la vida fue, no obstante, quien tomó

jubilosa apariencia

de jardinero. Mas el jardín, donde

en peña viva se labró el sepulcro.

de la muerte respira y ella acucia

su vital impaciencia

por morir. Por ahondar con sus raíces

hasta la peña viva, hasta el jardín

cerrado y la alegría

primera, en la que sólo puede entrarse

con llagas recién hechas.

¡Ah!, qué largo es el sábado, qué largos

los sepulcros. La piedra de la entrada

qué dura de mover…

 

Y, sin embargo, nuestra vida a muerte

lleva encendida, bajo el celemín,

una luz impasible

que apunta recta a Oriente,

donde irá por la lanza que abre el cauce

de la sangre y el agua,

por el resquicio en que hunda la alegría

su tercer clavo, o por la noche en que

reconozca el mastín la voz del dueño,

y el niño marchitado

recobre al fin su infancia a las orillas

de los ríos, y las ciudades sean

un conjunto apacible

de torres con campanas,

colegiales de azul y buenos días.

 

La luz se arroja vehemente en busca

de la luz. Pero cuánta

vida cuesta subir hasta el domingo

de que hablo, morir, transfigurarse

sobre este blanco monte, al que se llega

atravesando aquel más alejado

que el alma no vislumbra todavía.

Hacia la aurora por

los caminos oscuros

de la tarde del viernes.

Hacia la nieve y su resol por una

roja senda de olivos.

Pues hay dos montes, y en el valle qué

sombríos los sepulcros.