ARMONÍA
A Salvador Chordá
Salvador sabe leer bien todas las líneas
del libro abierto, misterioso y rico que es el campo.
Brillante su cuerpo por el más noble sudor,
traza los surcos, siembra, poda, cava, mira;
levanta con maestría antigua
la perfecta trabazón de cuerda y cañas
por donde mañana treparán los tiernos brotes
que pronto estallarán en delicados pimientos y tomates.
Y guía el agua clara de la acequia
hasta la más humilde de sus matas
en la hermosa alegoría que es regar.
Mi amigo es un buen hermano del silencio,
del viento y del gorjeo airoso que regala cada pájaro.
Camina por su tierra sin premura con la mente en paz -
¡oh tranquilidad de la conciencia!-.
Tras la alternancia eterna de lunas, sol y lluvias,
antes de ponerse con mimo a cosechar, observa
satisfecho, con su mirada bondadosa,
el animado paraíso pintado con sus manos.
Ocres y verdes salpicados de colores vivos
y rozagantes formas en naranjas, cebollas,
habas, judías o alcachofas.
Y regresa luego al pueblo, un poco más sabio cada día,
al calor profundo en amigos y vecinos
y al amor fecundo, trabajado con fervor,
que le aguarda en su morada: Marién, Voro y Jordi,
los divinos leños del hogar de su familia.