Los autobuses subían
desde la plaza de España
hasta perderse en Callao.
La tarde desfallecía
con el sol a las espaldas.
Las aceras desbordaban
corazones como peces
perdidos entre la gente.
Las farolas encendidas
contra un cielo desteñido
enfilaban cuesta arriba.
Nadie miraba en los ojos
del vendedor de cupones.